#VÍDEO La LEYENDA del MECHUDO.- Noticias La Paz



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La península de Baja California no es la excepción a esos relatos que van pasando de boca en boca a través de los años, recuerdos de narración oral que van tomando forma y entran en el catálogo de las Leyendas, narraciones que dan un sentido a los nombres de los lugares. El Mar de Cortés, dentro de sus riquezas, cuenta con una fauna marina numerosa y abundante, islas de insólita belleza y un tesoro muy especial, el cual, debido a la ambición de muchos, fue sobre explotado y ahora no hay la abundancia que hubo en años, en siglos anteriores, me refiero a las perlas.

Hemos visto aquí en El Bable sobre la Perla Peregrina, esta vez veremos sobre la Perla del Diablo, leyenda que ha ido cambiando con el paso del tiempo, así como en el juego del “teléfono descompuesto”, en el que de una idea original se obtiene una versión, que medio incluye todos los elementos y al final nos llega deformada, así ha sucedido con la leyenda que es conocida como El Mechudo, algo que ahora, gracias a una pequeña pero muy interesante versión que saca el XIII Ayuntamiento de La Paz nos enteramos de la historia original, la que escribiera el veracruzano José María Esteva a mediados del siglo XIX y que intituló “La Concha del Diablo”.

José María Esteva se desempeñaba como Visitador de Rentas, cargo que en la actualidad entendemos como Delegado de la Secretaría de Hacienda, llegó a La Paz en 1855. México era gobernado por Ignacio Comonfort, para 1857 regresa a México ya con el cargo de Visitador General de Rentas, puesto que mantiene durante el Segundo Imperio, es decir, en la época convulsionada de Juárez y Maximiliano. Su gusto por las letras lo lleva a escribir una memoria sobre la pesca de perlas, la novela La Campana de la Misión y la novela corta ya mencionada, La Concha del Diablo, de donde surge la leyenda de El Mechudo. Jorge Espinoza Esteva, quien rescatara la historia original, dice que “la producción literaria de este escritor veracruzano corresponde al género romántico que se desarrolló en la segunda mitad del siglo XIX. Con la publicación de “La campana de la Misión” y “La concha del diablo” José María Esteva ocupa por derecho propio un lugar de privilegio en las letras sudcalifornianas”.

Esta es la punta del Mechudo en San Evaristo, BCS, frente al Mar de Cortés. Foto cortesía de Gabriel.

Para darnos idea del romanticismo de sus escritos, la leyenda de El Mechudo inicia así:“Allá en México, en mi hermoso y desgraciado país, existe un lejano Territorio que se llama Baja California, de cuya apartada y poco conocida región ya tendré ocasión de hablaros con frecuencia: la Capital de ese Territorio es la ciudad de La Paz, puerto de mar que le da su nombre a la gran bahía que al oeste de la embocadura del Golfo de Cortés, en el Mar Pacífico, ofrece algún abrigo a los buques que de vez en cuando transitan por aquellos tranquilos, solitarios y lejanos mares”. Cuenta la leyenda que a mediados del siglo XVII vivía en el pueblo de Loreto un viejo español de nombre Joaquín Patroli, dedicado a la pesca del carey y a transportar sal de la Isla del Carmen, un buen día el “tío Joaquín” en su rutina de trabajo llegó un poco mas al sur, a la llamada Ensenada de Burros, cercana a la Isla de San José, la tarde ya caía y se dispuso a descansar, ancló su barcaza y buscó algo para comer, con disparo certero cazó un ave marina, al desplumarla y abrir su cuerpo encuentra en el buche una perla de enormes dimensiones. Tal joya no sería la única, pensó, y se dispuso a encontrar el placer, encontrándolo en poco tiempo y su sorpresa fue aun mayor, pues al abrir un par de conchas encuentra en cada una de ellas sendas perlas de iguales dimensiones.

Al día siguiente regresó a Loreto para ofrendar a la Virgen, de la que era muy devoto, las tres enormes perlas, tan grandes como el huevo de una paloma, los sacerdotes interrogaron a Joaquín, querían saber la procedencia de las descomunales perlas, el dijo que por allá, que iría por más y las ofrecería nuevamente a la virgen, se embarcó y no se volvió a saber más de él. La noticia corrió por la zona, pero nadie supo el lugar exacto del hallazgo. Joaquín se hizo de una considerable cantidad de perlas y siguió su rumbo a Guaymas en donde vivió sin que nadie supiera más de él en Loreto, incluido su hijo. Tuvieron que pasar treinta años, Joaquín agonizaba y pidió desesperado ver a su único hijo, Ernesto. Cosa que sucedió a los pocos días, en esa breve entrevista Joaquín reveló el lugar de su hallazgo, le dijo que se hiciera de una veintena de indios yaqui, que eran muy diestros en el buceo y que fuera a ese prodigioso placer, y que toda la pesca del primer día se la ofreciera a la Virgen. Exhaló su último suspiro y murió. Al poco tiempo Ernesto formó su “armada”, tal y como se lo dijo su padre, con veinte indios yaqui y partió en busca del placer más rico, jamás imaginado en una lancha y cinco grandes canoas.

Estando ya en las aguas donde el placer se encontraba asaltaron varias ideas la cabeza de Ernesto, la riqueza enorme que seguramente sacaría de allí le llevó a pensar que no sería conveniente hacer una pesca abundante ese día, dado que había prometido que todas las perlas serían para la Virgen, decide dar la instrucción a los indios yaqui que entraran y sacaran solo una o dos conchas pues seguramente venían cansados de la travesía, todos ellos se dispusieron con jubilo a sacar la perla de la virgen y fue entonces que el último de ellos, el de rostro mas feo, desagradables gestos y abundante melena grita: “¡puesto que todos vais a sacar la concha de la Virgen yo voy a buscar la concha del Diablo!”. Solo unos minutos habían pasado y uno a uno de los buzos iban saliendo llevando consigo una o dos conchas, el último de ellos jamás salió. Ernesto pensó había sido atacado por algún tiburón. Concentró lo capturado y al abrir las conchas encontró diez y ocho perlas, enormes, perfectas, hermosas.

Al día siguiente ordenó a los yaquis bajaran al placer y sacaran el mayor número posible de conchas, uno a uno fueron zambulléndose en el mar y uno a uno fueron saliendo despavoridos, con el rostro desencajado luego de ver la escena de horror que sucedía en el fondo del mar, el último indio que el día anterior se había metido a sacar la concha del diablo se encontraba aún buscándola, encorvado, con la mirada perdida y sus mechas mas crecidas aun agarraba una a una las conchas que reposaban en el fondo de mar, una a una buscando, de por vida la concha del diablo. Los yaquis, horrorizados comenzaron a remar en sus canoas, enfilándose a su lugar de origen, Ernesto, con las diez y ocho perlas hermosísimas capturadas el día anterior los siguió sin detenerse en Loreto y dejar allí la ofrenda y cumolir su promesa. Una tormenta se desató, deshizo las canoas, algunos de ellos lograron salvarse, entre ellos Ernesto quien al salir disparado de la lancha dejó caer todas las perlas que regresaron al mar.

De todo lo acontecido se supo en la comarca, al poco tiempo docenas de lanchas llegaban al placer en busca de la riqueza allí guardada, uno a uno los buzos que se tiraban en el mar, salían despavoridos ante la infernal presencia de indio aquél que seguía buscando la concha del diablo.
Noticias La Paz Cita informacion de http://vamonosalbable.blogspot.mx/2009/11/la-leyenda-de-el-mechudo.html
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